Perder el norte (Poliamor, islamofobia, feminismos y otras disidencias) es el blog de Brigitte Vasallo, que se describe a sí misma cómo: escritora a trompicones, periodista a ratos, mediadora intercultural a la primera de cambio, feminista sin duda alguna y activista de las relaciones sexo-afectivas alternativas siempre. Qué ha escrito Porno Burka, me encantaría leerlo.
Cito un par de artículos que aparecen recogidos en su blog:
LA MONOGAMIA COMO SISTEMA
“Que cada cual haga lo que quiera” es un frase simpática, contundente y poco discutible que sirve para dejar zanjados los debates. Parece darle la razón a todo el mundo, aceptar la existencia de opciones divergentes, así como su cohabitación pacífica y cooperante. Es una frase que escuchamos a menudo cuando encaramos el debate sobre la monogamia: si no quieres ser monógama, no lo seas y punto. Cada cual con su vida que haga lo que quiera.
A pesar de las buenas intenciones, en la práctica pocas veces hay posibilidades reales de escoger. La elección no empieza ni acaba con lo personal, con la propia vida, sino que incluye toda la carga previa y posterior a la toma de esa decisiones, así como todas las estructuras que nos mueven hacia uno u otro lado. El conjunto se dibuja a partir de hegemonías privilegiadas y disidencias que convierten unas opciones en más fáciles y otras en más complicadas, cuando no imposibles. El “que cada cual haga lo que quiera” es, a la práctica, un “que cada cual haga lo que pueda”.
LA ARQUITECTURA DE NUESTROS AMORES
Si echamos un vistazo a cualquier portal inmobiliario, veremos en las opciones de búsqueda el “ideal parejas”, “parejas con una criaturas”, “singles”… pero no hay arquitecturas que acoja los tríos, las redes afectivas, las familias extensas o las anarquías relacionales. Las opciones amorosas de Facebook han incluido “en una relación abierta” pero, curiosamente, no admite “en dos relaciones abiertas”. Solo es imaginable una, por poco monógama que sea. No hay referentes positivos desde la muy influyente industria del entretenimiento donde los amores simultáneos se viven siempre desde el conflicto y la exclusión. Las criaturas no se pueden inscribir con varias figuras maternas o paternas, a pesar de que la crianza se beneficiaría, sin duda, de múltiples brazos y miradas. Incluso la política internacional (preguntémosle a Clinton o Hollande) está marcada por unas infidelidades que solo tienen sentido dentro de construcciones monógamas exclusivistas. Ante la aparición estelar de Monica Lewinsky, nadie preguntó a Hillary y Bill si su relación era consensuadamente no monógama. Esa posibilidad estaba totalmente fuera del imaginario colectivo.
UN SISTEMA DE PENSAMIENTO Y SENTIMIENTO
La psicología aborda el fenómeno de las emociones, los sentimientos y todo el entramado socio cultural que los dibuja. Cómo reaccionamos “visceralmente” ante determinados situaciones, cómo positivamos o negativizamos estas reacciones, de qué manera las expresamos y qué comportamientos tenemos a partir de ellas… Todo está mediado culturalmente. Lo cual no nos libra de llevar estos códigos incrustados en las tripas, bien al contrario.
El sistema monógamo es la codificación cultural de nuestras formas amorosas y, por lo tanto, el único marco en el que sabemos construir el enamoramiento. Plantear otras opciones no se reduce a pensar otras formas de organizarte la agenda o a pedir más casillas en la declaración de renta o en Facebook. Esa es la parte fácil (aún sabiendo que es bien complicada). Lo más difícil es sentir los amores de otra manera, a partir de marcos emocionales que apenas existen, lograr darle una codificación que no sea la hegemónica a tus mariposas en el estómago, vivirlo de una forma que no sea la única que nos parece posible: la que hemos aprendido como “verdadera”, como “auténtica”.
LA URGENCIA DE REPENSARNOS AMOROSAMENTE
Repensar el sistema monógamo y sus “verdades” es desnaturalizar todo eso que llamamos amor y que damos por hecho que solo puede ser así para ser amor-de-verdad®. Poner la mirada, el pensamiento y las tripas a trabajar para desmontar la confrontación, la posesión y también la instrumentalización de los afectos que incluye desecharlos cuando ya no interesan. Hacerlo no es solo un ejercicio intelectual, una nueva moda o una frivolidad que nos sacamos de la manga. La violencia en nombre del amor se sustenta precisamente en esas premisas de exclusividad, perdurabilidad y dependencia. Y las violencias llamadas amor no son algo aislado: son una pandemia.
El sistema monógamo, por lo tanto, va mucho más allá de nuestras formas personales y concretas de relacionarnos sexo-afectivamente. Va mucho más allá de la monogamia. Para poder afirmar que deseamos establecer relaciones monógamas es necesario construir otras opciones posibles, desde la práctica y desde lo emocional. Es necesario poder amar de otras maneras y ver si es realmente ahí donde queremos estar o es solo donde el entorno y nuestras tripas nos permiten estar
POLIAMOR Y REDES AFECTIVAS: ¿REFORMA O REVOLUCIÓN?
El paragüas “poliamor” acoje y da cobijo a muchas formas distintas de vivir relaciones consensuadamente no-monógamas y no-posesivas, formas que están en construcción, en conceptualización y en proceso de puesta en común con todos sus matices. En tanto que incipiente y relativamente nuevo, no estamos planteando el poliamor, las redes afectivas, la anarquía relacional como sistema que sustituya al monógamo, sino como una serie de pensamientos y vivencias que abran espacio para construcciones personales y disidentes. No buscamos modelos, sino que compartimos referentes y propuestas. Las discrepancias entre nuestras formas de pensar y de vivir nos alimentan y nos ayudan a crear relaciones DiY [do it yourself; hazlo tú mismx] a partir de herramientas como la comunicación, la empatía y el desafío a las formas establecidas por una moral y unas costumbres que no sentimos como nuestras.
Sin embargo, a medida que vamos creciendo como colectivo, dándonos y adquiriendo sentido, aparece una cuestión de fondo que afecta directamente al alcance de la deconstrucción que las nuevas estructuras afectivas proponen. ¿Hasta dónde llega nuestro pensamiento crítico amoroso? ¿Hasta dónde llega el poder transformador de nuestra propuesta? ¿Hasta dónde alcanza eso que insistimos en llamar política? Desgraciadamente, el poliamor se inscribe en un terreno, en sentido literal y metafórico. Un terreno marcado por centros y periferias, por privilegios y subalternidades. El contexto desde el que tratamos de pensar y de vivir, muy a pesar nuestro, es el heteropatriarcado capitalista, esos palabrejos tan de trinchera que vienen a definir un mundo de relaciones desiguales, donde se nos asigna, así de entrada, un montón de imposibles, por ejemplo, una clase social que no mejora proporcionalmente al esfuerzo que le pongas, una nacionalidad que determina desde tu movilidad hasta tu esperanza de vida, un entorno cultural que te empapará de estructuras invisibilizadas, y un género que decidirá, al margen de tu opinión, desde tus deseos sexo-afectivos hasta tu gusto en cuestión de colores.
Que somos una amalgama de privilegios y opresiones es algo tan evidenciado ya que da vergüenza escribirlo. Pero, por obvio que sea, hay que seguir recordándolo hasta la náusea, hasta que saltarse por alto esa obviedad suponga un descrédito tan grande que acabe con tu vida social para siempre. Todos y todas somos una mezcla de opresiones y privilegios, y tenemos una sensibilidad a flor de piel para lo que concierne a nuestro cachito de opresión, pero somo bastante más laxas en lo que a opresiones ajenas se refiere, con la excusa aquella de que si no afecta directamente, parece que no se ve. Así, en el movimiento poliamoroso tenemos claro que la monogamia es el demonio, pero pensar la monogamia como si de un champiñón aislado se tratase es, como poco, hacer trampa: es querer abrir una brecha en el trocito de monogamia que nos oprime personalmente, pero dejar intactas las partes que oprimen a los y las demás… y en las que yo, probablemente, tenga mis privilegios bien asentados. El ejemplo clásico es el omnipresente hombre, blanco, cis, hetero de clase media que, precisamente por haberle tocado el bingazo de la lotería del privilegio, tiene serios problemas para entender la relación entre el sistema monógamo y la violencia de género, convencido como está de que el machismo ni es para tanto, ni es necesario erradicarlo para construir relaciones amorosas más sanas. Pero este no es el único ejemplo, compañeras: las blancas, heteros, cis de clase media somos reacias a aceptar las críticas trans cuando hemos pisoteado una de sus áreas sensibles (¡y coreamos nosotras también el “vamos, vamos, chicxs, no es para tanto”!), o nos dedicamos a dar charlas y escribir artículos (esa tal Vasallo) como si no hubiese mujeres que necesitan la monogamia para asegurarse la crianza compartida de sus hijos e hijas, por poner un ejemplo sencillo.
Si nos nombramos políticas, tenemos que ponernos las pilas, remangarnos y cavar hasta encontrar las raíces múltiples del sistema. Tenemos que atrevernos a mover cosas que nos afecten, a reconocer errores, a escuchar puntos de vista y necesidades que ni hubiésemos imaginado. A no ofendernos cuando el problema nos apunta directamente: como decía Italo Calvino, el infierno lo formamos estando juntos y juntas. No lo hacen solo los demás. De lo contrario, el poliamor será apenas una corriente buenrollista de las que afirman que la monogamia no es un sistema sino una opción como cualquier otra, que el amor no se puede racionalizar para no quitarle la magia y que los Reyes Magos son tres y vienen de Oriente. Será, al fin, una reforma de la monogamia como quien reforma un baño de pisito desarrollista poniéndole baldosas nuevas. Y será, sobre todo, una ocasión perdida para hacer una revolución desde los afectos que constituya un cambio significativo, real, profundo y perdurable en nuestra forma de amarnos, de follarnos, de vincularnos.
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